Me dan risa los chavos -y no tan chavos- fresas. Los que piensan que la literatura es más importante que la vida. Los que suponen que, mediante el ejercicio de la literatura (acción y efecto de leer y escribir) van a acceder a los secretos mas insondables de la noche. Me revientan los chavos -y no tan chavos- que se toman en serio por el simple de ejercitar la palabra escrita. Los que piensan que tienen un sitio ganado en la historia nomás porque han leído a los grandes jefes.
Me dan risa, pero un chingo de risa, los chavos -y las chavas- que se sienten elegidos por el solo hecho de que escriben (cuando a la literatura no le hace falta ni una puta coma); cuando si un alguien habría de merecerse el respeto total, sería aquél que se llevara a la persona mas dulce y comprensiva a la cama, no aquél que escribe el mejor poema, en primer termino porque ese poema no existe, y en segundo, porque de existir, el mérito no sería suyo sino de ese misterio que no está en las manos de mortal alguno.
Pero que risa me dan los jovencitos que pierden su tiempo dirigiendo revistas de literatura, en lugar de emborrachar a una mujer y darle a oler los dedos luego de orinar. Infinita risa me da ver a esos chavitos desperdiciar los mejores momentos de su vida -¿acaso no saben lo desesperadas que andan las mujeres cuarentonas o más porque sus maridos no se las tiran?, ¿acaso no han visto en la mirada de la vecina el tipico gesto de la mujer cachonda que, con ese solo gesto , los invita a la cama?
Mucha, pero inagotable risa me provocan los sesudos chavitos -a los que yo llamo maestros trepadores- que buscan a como dé lugar un nombre, un sitio en los suplementos culturales, en las secciones de cultura de los diarios. Cuando en el momento de su muerte la cultura no va a estar a su lado; si acaso, y si supieron ganársela, la mano de una mujer.
Vaya que si me da risa, pero un madral de risa, la candidez de los poetas -y peor aún: los novelistas- que se la pasan buscando la originalidad. Porque la originalidad no existe. Basta con probar el clítoris de una mujer. Siempre sabe igual; rico pero igual. Y ni quien se queje.
Y más risa me da, qué putas carcajadas, ver a los chavitos colmarse de arrogancia por escribir; o aquellos otros que se la pasan practicando la bisutería escritural, que se la viven peleados con la adjetivización y la sintaxis en lugar de diseccionar el alma humana, meter las manos y sacarlas empapadas de la vida.
Eusebio Ruvalcaba
(La Mosca (QEPD), febrero de 1997)